martes, 25 de noviembre de 2014

Homenaje a Oscar Wilde, fallecido el 30 de noviembre de 1900

Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde (Dublín, Irlanda, 16 de octubre de 1854 - París, Francia, 30 de noviembre de 1900) 
Oscar Wilde nació en Dublín en 1854. Hijo del cirujano Sir William Wilde y de la escritora Jane Francesca Elgee. Estudió inicialmente en el ilustre Trinity College, de Du­blín, trasladándose después a Oxford para proseguir su  formación con ayuda de una beca. Pronto se revela como un joven sensible y amante de lo bello.
Acabados sus estudios, marcha a Norteamérica como conferenciante experto en el renacimiento inglés del arte. Ya ha dado a la imprenta un libro de poemas y una obra teatral, llena aún de inmadurez. Pronto se muestra Wilde como un sutil e irónico crítico del conformismo victoria-no, partiendo de las operetas de William Gilbert y Arthur Sullivan, que satirizaron en el Teatro Sayoy de Londres las costumbres y los personajes de aquella época.
Nuestro joven autor admira profundamente a John Ruskin, uno de los mejores prosistas ingleses y extraordinario crítico de arte. Con todo, su principal influencia le viene de Théophile Gautier, poeta y novelista francés, que había desarrollado la teoría de «el arte por el arte», defendida posteriormente por Wilde. El esteticismo y la sátira de costumbres constituyen, pues, el eje que articula sus prin­cipales obras narrativas (El crimen de Lord Arthur Savile) y sus apoteósicos éxitos teatrales (Una mujer sin importan­cia, Un marido ideal, Salomé, La importancia de llamarse Ernesto).
Oscar Wilde representa la encarnación viva y el reflejo literario del ideal del dandysmo. Es de señalar que, en Inglaterra, el dandy, que literalmente significa «elegante», «refinado», asume en cierto modo el papel que en Francia desempeña el bohemio. Hay, empero, una notable diferen­cia, en cuanto a movilidad social se refiere, que ha sido apuntada por Arnold Hauser: el dandy inglés es el intelec­tual burgués que asciende desde su clase a otra superior, mientras que el bohemio francés es el artista que ha des­cendido a un nivel proletario. No obstante, la elegancia exagerada y la extravagancia del dandy constituyen el «equivalente funcional» de la depravación y la disipación del bohemio. En suma, el dandy y el bohemio represen­tan la encarnación de la protesta contra la rutina, la trivia­lidad, la frivolidad y la superficialidad de la vida burgue­sa, contra su economicismo antiestético, contra su confor­mismo ante unas leyes sociales establecidas que regulan unas vidas grises y mediocres.

La adopción del esteticismo como norma de vida y como exigencia literaria supone un tomarse el arte con una seriedad inédita en la historia, si exceptuamos tal vez a algunos autores clásicos griegos y romanos. Y es que, con toda certeza, nunca, como en Wilde, el artista se había tomado tanta molestia en escribir hábilmente versos cincelados, unas frases perfectamente articuladas, una prosa intachable. «Nunca la "belleza" —escribe Hauser—, el elemento decorativo, lo elegante, lo exquisito, lo precioso, desempeñaron un papel tan grande en el arte; nunca se practicó éste con tanto preciosismo y tanto virtuosismo.» Buscar la belleza hasta en lo trivial o aportarla a ello es la misión superior a la que Wilde se dedica, misión en la que la apariencia externa regalada y amable no puede impedirnos ver la dosis de autoascetismo que exige.
Autodisciplina aristocrática; arte sometido a sus pro­pios cánones, sin otra finalidad que el culto a la belleza y a la perfección, más allá de toda moral, «más allá del bien y del mal». Wilde lo dejó dicho en uno de sus escritos ensayísticos (Intenciones): «Las diversas formas espirituales de la imaginación tienen una natural afinidad con ciertas formas sensibles del arte; y discernir las cualidades de cada arte, intensificar tanto sus limitaciones como sus fa­cultades de expresión, es uno de los fines que la cultura nos señala. No es un sentido moral mayor, ni una mayor vigilancia lo que la literatura reclama de ustedes. Real­mente, nunca debería hablarse de un poema moral o in­moral; los poemas están bien o mal escritos: eso es todo. Y en realidad, todo elemento moral o toda referencia implí­cita a un modelo de bien o de mal en arte, es con frecuen­cia el signo de una cierta imperfección de visión, una nota discordante en la armonía de una creación imaginativa, pues toda obra buena tiende a un efecto puramente artístico.»
Esta fusión de ética y estética tiene ilustres precedentes en la filosofía británica. No es el momento de insistir en ello; sí de reseñar, empero, la crítica que un gran vitalista —Nietzsche— hizo en El ocaso de los ídolos de ésta teoría de «el arte por el arte». El pensador alemán concedería a esta teoría la exigencia de amoralidad en el arte, pero cri­ticaría la idea de que éste carece de finalidad, de que es una finalidad en sí mismo. «Luchar en contra de que el arte tenga una finalidad — escribe Nietzsche— equivale a luchar contra la tendencia moralizante en el arte, contra su subordinación a la moral. El arte por el arte significa "¡que se vaya al diablo la moral!" No obstante, incluso esta hostilidad revela el papel preponderante que desempeña el prejuicio. Aunque se haya excluido del arte la prédica moral y el perfeccionamiento del hombre, todavía no se sigue de ello, ni mucho menos, que el arte en cuanto tal carezca de finalidad, de objetivo, de sentido; en suma, que sea el arte por el arte (es decir, la pescadilla que se muer­de la cola).
La pasión sin más afirma: "¡Es preferible no tener nin­gún fin que tener un fin moral!" Pero el psicólogo, en cambio, pregunta: ¿Qué es lo que hace todo arte?, ¿no ala­ba?, ¿no glorifica?, ¿no selecciona?, ¿no destaca? Con todo eso, el arte refuerza o debilita determinadas valoraciones... ¿Es esto algo marginal, azarístico, algo en lo que no parti­cipa el instinto del artista? O, por el contrario, ¿no es todo esto la condición previa de la capacidad del artista...? ¿Tiende el instinto básico del artista hacia el arte, o tiende más bien hacia el sentido del arte, hacia la vida, hacia un ideal de vida? El arte es el gran estimulante de la vida: ¿cómo puede concebirse en términos de algo carente de finalidad, de objetivo, de "arte por el arte"?»
Con todo, el esteticismo de Wilde trasciende el ámbito teórico, va más allá de los cánones a los que se ajusta su producción literaria; se refleja en su peripecia vital, en una existencia intensamente vivida y apurada hasta la hez. En este aspecto, el impacto de Pater en Wilde es evi­dente; su evangelio no fue otro que el breve texto que Pater escribió sobre el Renacimiento. En él se hacía vigen­te la concepción heraclítica de la realidad y de la vida como un fluir constante, como un devenir que sólo se puede captar en virtud del instantáneo relampagueo de una sensación, que se desintegrará para avivar una pasión cada vez más intensa y exquisita. La vida es sólo un ins­tante limitado de estos momentos de éxtasis supremo: tiene un final, y, por ello, hay que vivirla y apurarla al má­ximo, en un estado constante de intensa exaltación. Este esteticismo que Wilde bebió en Pater, en Keats y en Swin-burne representa su grandeza y su miseria. Este estilo de vida marcará sus años brillantes y frenéticos de Nortea­mérica, Londres y París.
Cuando Wilde cumple treinta años se ve enfrentado a serios problemas económicos. Ello le obliga a contraer rápidamente matrimonio por meras conveniencias. Su es­posa será Constance Mary Lloyd, hija de un miembro del Consejo Real, dotada de los medios de fortuna requeridos. La nueva familia fija su residencia en Londres, y pronto su modesta pero elegante casa del barrio de Chelsea se con­vierte en lugar de cita de literatos y artistas.
Durante estos años Wilde se dedica al periodismo, a dar conferencias y a frecuentar reuniones sociales donde pronto se le conoce tanto por la brillantez de su ingenio como por su comportamiento retadoramente amoral. Es el momento de su vestimenta extravagante, de la apari­ción de su novela El retrato de Dorian Gray, de su polé­mica periodística con motivo de esta obra, de sus inimita­bles gestos y expresiones en los salones de Londres, y del inicio de sus amistades equívocas con jóvenes artistas. Empero, a los dos años siguientes de su boda, le nacen respectivamente un hijo y una hija. Wilde se dedica con ahínco a su oficio de escritor. Su prosa es impecable, sus dotes de narrador extraordinarias. A esta época pertenece la redacción de los cuentos que aparecen en este volu­men: El fantasma de Canterville, El príncipe feliz, El ruise­ñor y la rosa... Su vida es un vaivén, continuo, casi compul­sivo, en el que siempre se espera de él la frase ocurrente, la actitud brillante, el despliegue rápido y espectacular de un ingenio desbordante, el triunfo literario apoteósico y espectacular. Trata a Mallarmé, a Lorrain, a Moréas, y hasta deja encantado al alcoholizado Verlaine, en un viaje relámpago que realiza a París.
En 1892 estrena su gran obra teatral: El abanico de Lady Windermere. Gran éxito de crítica y abundantes beneficios económicos. En los tres años que le siguen, Wilde se acre­dita como comediógrafo excepcional. El narrador pasa a segundo plano, mientras brilla con luz propia el Wilde au­tor teatral. Su fama le sitúa a la altura de otro gran comediógrafo del momento: Bernard Shaw. Nuestro autor sa­borea el vino dulcísimo de la gloria, la fama y la estima­ción pública.
Estamos en el otoño de 1891. Wilde conoce a un estu­diante de Oxford que cuenta veintiún años de edad. El afamado autor de cuarenta y cuatro años inicia con el ca­prichoso Bosie una amistad que le llevará a la ruina moral y económica. Una vida apasionada, movida exclusivamen­te por el impulso del placer momentáneo, le niega el sosiego que requiere la creación artística. Convierte la pe­ripecia de su vida en un reto que lanza contra la intransi­gencia de la sociedad victoriana, en una constante osten­tación de violar las normas de su rígida moral. Wilde es un escritor burgués que triunfa mientras sus extravagan­cias le resultan soportables a la clase dominante, pero tan pronto como su sátira y su burla empieza a molestarla, le elimina de una forma despiadada y cruel. A una sociedad mediocre y acartonada le resulta difícil perdonar la críti­ca impertinente, la puesta en escena de sus ridículos personajes, la denuncia de su hipócrita moral. Sin embar­go, hay algo de Wilde que la sociedad de su tiempo no es capaz de asimilar: su indudable talento, su ingenio, sus magníficas aptitudes para el relato y la comedia teatral.
El padre del joven amigo del escritor insulta a Wilde en público, acusándole de «alardear de sodomita». Este le lleva ante los tribunales, pero el indignado aristócrata sale absuelto del juicio. Se inicia, por el contrario, un pro­ceso judicial contra el escritor al que se condena a dos años de trabajos forzados «por cometer actos sumamente indecentes con otras personas del sexo masculino». La irritada aristocracia inglesa no duda en recurrir a vaga­bundos, delincuentes y chantajistas a la busca de pruebas testificales que lleven a Wilde a prisión. Se retiran de los escenarios sus obras teatrales y se dejan de imprimir sus libros. En mayo de 1895 ingresaba el novelista en la cárcel de Reading a cumplir una condena vejatoria y humillante que hubo de agotar en toda su integridad.
De profundis es la única obra que Wilde escribió en su celda, y constituye un testimonio asombrosamente since­ro de este triste episodio de su vida. Se trata de una larga carta que dirige a su inconsciente amigo. La epístola es un grito de dolor contra la irracionalidad del mundo, hon­damente sentida desde la desesperanza y la humillación que termina desembocando en una paz resignada. Esta es la dolorosa conclusión a la que llega Wilde en sus años de cárcel y que trata de transmitir al infiel Bosie: el valor y la belleza del dolor. Singular proceso éste, que va desde la vivencia lúcida y sin objeto de la vida a la necesidad de darle un sentido al sufrimiento.
Tras su liberación en 1897, Wilde abandona definitiva­mente Inglaterra. Se ha convertido en otro hombre: ahora es un ser asustadizo, receloso, hondamente marcado por las privaciones de la prisión. Se establece en un pueblecito costero francés buscando la soledad. Con el nombre falso de Sebastián Malmoth, deambula por Nápoles. Vuel­ve a encontrarse con su amigo Bosie, ante la indignación de sus amigos y de su esposa, que le retira la pensión que le pasaba y que le impide ver a sus dos hijos. Poco des­pués marcha a París sumido en una extraordinaria mise­ria. Su talento parece haberse apagado para siempre. Los primeros síntomas de una enfermedad, que ha hecho me­lla en él, son fomentados por un uso desmedido del alco­hol. Había dicho: «Fui durante bastante tiempo el más feliz de los hombres, y por eso debo ser ahora el más des­graciado.» Quienes en sus épocas gloriosas se disputaban su relación, le rechazan ahora. Wilde es ya sólo una som­bra de sí mismo. Su salud se sigue resintiendo a causa de una meningitis mal tratada.
En el otoño de 1900 es sometido a una operación qui­rúrgica. Nada puede hacerse ya. En noviembre de ese año, Wilde agoniza sumido en la morfina y en el alcohol. Habi­ta en un modesto cuarto de un hotel de París. Allí recibirá resignado la muerte. Triste final para uno de los escrito­res más brillantes de habla inglesa, gloria de las letras universales.
Algunas Obras de Oscar Wilde
Wilde, además de ilustre comediógrafo, fue un excelen­te narrador. Pocas veces se ha conseguido una prosa más impecable, una mezcla tan exquisita de humor, ironía, sentimentalis­mo, sentido dramático y emoción contenida.

El fantasma de Canterville es quizá el más conocido de estos cortos relatos. El autor describe el contraste entre el carácter práctico, realista y seguro de sí mismo del nor­teamericano y la impresionabilidad y el temperamento asustadizo de los ingleses. Un rico americano compra un antiguo castillo en Inglaterra y allí se instala con su esposa y sus cuatro hijos. La ilustre mansión está habitada por el tradicional y consabido fantasma, el cual ha sembrado el terror entre los moradores desde hace cientos de años. Sin embargo, todos los recursos terrorífi­cos del fantasma se estrellan contra el sentido utilitario de la nueva señora de la casa y contra las diabluras de sus dos hijos menores, un par de traviesos gemelos que gas­tan multitud de bromas al pobre espectro. El relato está sembrado de pinceladas de humor inolvidables. Al final, la intervención de la hija de la familia proporciona al atri­bulado fantasma un eterno descanso.




En El cumpleaños de una infanta evoca Wilde el ambien­te de la corte real española en una época imprecisa que podría corresponder a los últimos Austrias. El cuento re­salta, en este caso, el contraste entre el carácter capricho­so e insensible de la infantita y la personalidad de un grotesco pero bondadoso y tierno enano que acude a ani­mar con sus bailes la fiesta de cumpleaños de la ilustre damita. El monstruoso enano vive el eterno drama del in­dividuo con un gran corazón encerrado en un cuerpo ridículo que inspira risa. El cuento finaliza con la muerte del desdichado personaje ante la actitud impasible de la inconsciente infanta.
DESCARGAR EL CUMPLEAÑOS DE UNA INFANTA

Un carácter más legendario y mágico reviste El pesca­dor y su alma. Su tema gira en torno a un joven pescador enamorado de una seductora sirenita, por la que está dis­puesto a deshacerse de su alma, condición indispensable para consumar su unión. El pescador recurre a un sacer­dote, a unos mercaderes y a una bruja para que le ayuden a conseguir su objetivo. Separada del cuerpo del pescador y sin su corazón —pues éste se ha negado a entregárselo para poder amar con él a la sirenita—, el alma emprende largos viajes a lejanas tierras durante tres años consecuti­vos. A su regreso, cuenta sus aventuras a su antiguo pro­pietario. Al final, el pescador se siente esclavo de su alma, un alma que, al no tener corazón, se muestra despiadada y cruel. La muerte del enamorado, víctima de su amor por la sirenita, pone punto final a la narración.

DESCARGAR EL PESCADOR Y SU ALMA
El príncipe feliz es uno de los relatos más breves, pero quizá también el más entrañable. En este caso resalta Wilde igualmente la contraposición entre el mundo materia­lista, engreído y poco imaginativo de los concejales y profeso­res de una ciudad y la actitud generosa y sensible de la estatua de un príncipe y de una golondrina. El príncipe insta a la golondrina para que vaya desprendiendo poco a poco los ricos atavíos que adornan su estatua y lleve su oro y pedrería a los necesitados de la ciudad. Entregada a semejante labor, la golondrina retrasa su emigración a Egipto donde había de pasar el invierno y termina mu­riendo de frío. A su vez, la estatua del príncipe feliz, desprovista de sus preciados ornamentos, se convierte en un objeto antiestético, por lo que los miembros del conce­jo ordenan su fundición. El incombustible corazón de plomo del príncipe, junto con el cadáver de la golondrina, son llevados por un ángel al Paraíso como «las dos cosas más valiosas de la ciudad».

DESCARGAR EL PRINCIPE FELIZ
El ruiseñor y la rosa presenta también puntos de contac­to temático con los relatos anteriores. Un estudiante está enamorado de una caprichosa joven, quien le pone como condición para bailar con él el regalo de un ramo de rosas rojas. Pero en el jardín del estudiante no hay una sola rosa de este color. La pena del enamorado encuentra eco en un generoso ruiseñor, que, tratando de alegrar al mucha­cho, accede a cantar con el pecho apoyado en las espinas de un rosal, para qué la sangre de su corazón tina de rojo el blanco de sus flores. Muere el pajarillo, y cuando el es­tudiante lleva a su amada la hermosa rosa roja pagada a tan alto precio, la coqueta desdeña el regalo y desprecia al animoso galán.

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El cuento que cierra este libro es El amigo fiel. El autor narra aquí la explotación que un interesado molinero hace de un joven que le tiene por un excelente amigo, has­ta llevarle a la muerte. Escrito en clave de fábula, con animales parlantes, Wilde se evade a la hora de extraer la moraleja. Pero leídos todos los cuentos, a excepción del primero, los cinco restantes dejan en el lector el sabor amargo de un sacrificio infructuoso. Mueren los genero­sos, los nobles y los enamorados, ante la mirada fría de una sociedad insensible, pragmática, caprichosa y engreí­da. Wilde deja entrever ese tono de amargura, de desenga­ño incurable, que alcanzará su máxima expresión en el testimonio epistolar de su De profundis.

DESCARGAR EL AMIGO FIEL


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Tumba de Oscar Wilde



lunes, 24 de noviembre de 2014

BIENVENIDOS

Bienvenidos a este blog en el que trataremos temas de lengua y literatura universal orientados fundamentalmente a la enseñanza.

A través de este blog propondremos un espacio de recursos educativos para que los alumnos de Primaria, ESO y Bachiller encuentren autores, obras y además de gramática española.

Esperamos que os guste.